sábado, 31 de mayo de 2014

El ángel de piedra

Estábamos en Plaza Moreno sentados cerca del ángel de piedra. Era verano, anochecía.
Nora estaba callada, un silencioso monólogo del que  expondría sus conclusiones confiando en que yo  habría seguido el hilo de  su razonamiento. “Vos sos el tipo que una quiere tener como amante, no para casarse”.
-Acepto- dije serio, para aligerar el impacto, para cambiar el tenor de ese dictamen, para que el anochecer se demorara.  Ella sonrió por educación. Nora es educada. Dura como el acero. Pero educada. Metálica, con ese ingobernable torrente de rizos de cobre que usa como pelo. La odié.
-Aunque no entiendo- agregué
-Si entendés.
-Decime más
-Pidamos café. Hay un rango de amor que es insostenible, nocturno (no hablo de horarios). Hablo de que está ahí, agazapado, como en la oscuridad. Las mujeres siempre están traicionando a sus maridos con ese amor. Aunque jamás les sean infieles. Incluso aunque no lo sepan.
-Decime más
- ¿Para qué? Si vos sabés. Vos que leíste hasta la guía telefónica de Uganda ¿Te imaginas a Romeo y Julieta casados?
-Entiendo- dije- Pero hay un error en tu teoría. Y es que ella… yo necesito ser las dos cosas. Quiero protegerla, cuidarla porque le duele la panza, abrigarla porque hace frío. Y También salir al jardín, trepar al maldito balcón y arrancarle las bragas.
-Este café lo invito yo- dijo Nora y alzó la taza como brindando –Mira- continuó –El problema es que para poder hacer eso, tenés que estar. Estar para arroparla, o alcanzarle la paratropina. Estar, vos me entendés. Regresar a la cueva con el ciervo colorado y disponerte a guardar la entrada, no sea cosa que el puma o los acreedores. Mientras ella, el hogar encendido, tiende la mesa o descuelga a la cría que se trepó a la pared en un descuido, viste como son los chicos. Estar. Una es Vilama. Y Pedro Picapiedras es el tipo que está. Un marido debe ser alguien que una pueda dar por seguro, algo con lo que una cuenta. Algo que una tiene.
-¿Y?
-Y eso, que una sueña con lo que no tiene. Ojo, no hablo de sexo. Mira, Vilma lo quiere a Pedro, y le da todo. Hasta se pone las bragas y espera, condescendiente y risueña, que Pedro suba al balcón y se las arranque. Después, él duerme. Y ella sueña… Con vos (digo “vos” genéricamente)
- Bueno. Ahora hablame de mí (genéricamente), que me encanta
-Vos no estás. Sos el que no está. Te digo más: no existís. Eso, sin ofender, es tu virtud principal.  Esa cualidad evanescente, como de alguien que desaparece, que siempre está yéndose.
Pero… –acá viene la parte que te va a gustar- antes de desaparecer, le mostrás a Vilma que el mundo, la vida y todo el elenco, pueden tener una intensidad y una plenitud que los domésticos –y queridos- ronquidos de Pedro nunca podrán alcanzar. Pedro es un texto que ella relee confiada cada día. Vos,  una página en blanco donde ella escribe lo que quiere con afiebrada imaginación. Se te enfría el café.
 -¿Puedo hacerte una pregunta?
- No. Pero igual te la voy a responder: Soy una niña encantadora de 39 años…
- Preciosa
-Por supuesto. Pero Vilma, a los 39, incluso un poco antes, se deja ganar por el pragmatismo, la paratropina  y todo eso. Además, los ases de colágeno empiezan a ceder. Y para soñar, una  debe sentir que también es un sueño.
-O sea que termina por ganar Pedro
-Si, claro… salvo que a ella, de vez en cuando, al anochecer se le cae una lágrima escuchando a Sabina.
Me quedé callado. La cara de la mujer que amo ocultó a Nora, eclipsó al ángel de piedra. Sus ojos  desbarataron el anochecer. 
-Seré Pedro- dije- Y aprenderé a cantar.



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