Estábamos en Plaza Moreno sentados cerca del ángel de
piedra. Era verano, anochecía.
Nora estaba callada, un silencioso monólogo del que expondría sus conclusiones confiando en que
yo habría seguido el hilo de su razonamiento. “Vos sos el tipo que una
quiere tener como amante, no para casarse”.
-Acepto- dije serio, para aligerar el impacto, para cambiar
el tenor de ese dictamen, para que el anochecer se demorara. Ella sonrió por educación. Nora es educada.
Dura como el acero. Pero educada. Metálica, con ese ingobernable torrente de
rizos de cobre que usa como pelo. La odié.
-Aunque no entiendo- agregué
-Si entendés.
-Decime más
-Pidamos café. Hay un rango de amor que es insostenible,
nocturno (no hablo de horarios). Hablo de que está ahí, agazapado, como en la
oscuridad. Las mujeres siempre están traicionando a sus maridos con ese amor.
Aunque jamás les sean infieles. Incluso aunque no lo sepan.
-Decime más
- ¿Para qué? Si vos sabés. Vos que leíste hasta la guía
telefónica de Uganda ¿Te imaginas a Romeo y Julieta casados?
-Entiendo- dije- Pero hay un error en tu teoría. Y es que
ella… yo necesito ser las dos cosas. Quiero protegerla, cuidarla porque le
duele la panza, abrigarla porque hace frío. Y También salir al jardín, trepar
al maldito balcón y arrancarle las bragas.
-Este café lo invito yo- dijo Nora y alzó la taza como
brindando –Mira- continuó –El problema es que para poder hacer eso, tenés que
estar. Estar para arroparla, o alcanzarle la paratropina. Estar, vos me
entendés. Regresar a la cueva con el ciervo colorado y disponerte a guardar la
entrada, no sea cosa que el puma o los acreedores. Mientras ella, el hogar
encendido, tiende la mesa o descuelga a la cría que se trepó a la pared en un
descuido, viste como son los chicos. Estar. Una es Vilama. Y Pedro Picapiedras
es el tipo que está. Un marido debe ser alguien que una pueda dar por seguro,
algo con lo que una cuenta. Algo que una tiene.
-¿Y?
-Y eso, que una sueña con lo que no tiene. Ojo, no hablo de sexo. Mira, Vilma lo quiere a Pedro, y
le da todo. Hasta se pone las bragas y espera, condescendiente y risueña, que
Pedro suba al balcón y se las arranque. Después, él duerme. Y ella sueña… Con
vos (digo “vos” genéricamente)
- Bueno. Ahora hablame de mí (genéricamente), que me encanta
-Vos no estás. Sos el que no está. Te digo más: no existís.
Eso, sin ofender, es tu virtud principal.
Esa cualidad evanescente, como de alguien que desaparece, que siempre
está yéndose.
Pero… –acá viene la parte que te va a gustar- antes de
desaparecer, le mostrás a Vilma que el mundo, la vida y todo el elenco, pueden
tener una intensidad y una plenitud que los domésticos –y queridos- ronquidos
de Pedro nunca podrán alcanzar. Pedro es un texto que ella relee confiada cada
día. Vos, una página en blanco donde
ella escribe lo que quiere con afiebrada imaginación. Se te enfría el café.
-¿Puedo hacerte una
pregunta?
- No. Pero igual te la voy a responder: Soy una niña
encantadora de 39 años…
- Preciosa
-Por supuesto. Pero Vilma, a los 39, incluso un poco antes,
se deja ganar por el pragmatismo, la paratropina y todo eso. Además, los ases de colágeno
empiezan a ceder. Y para soñar, una debe
sentir que también es un sueño.
-O sea que termina por ganar Pedro
-Si, claro… salvo que a ella, de vez en cuando, al anochecer
se le cae una lágrima escuchando a Sabina.
Me quedé callado. La cara de la mujer que amo ocultó a Nora,
eclipsó al ángel de piedra. Sus ojos
desbarataron el anochecer.
-Seré Pedro- dije- Y aprenderé a cantar.
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