El problema es que suele tomar apuntes inclinada sobre el
tercer pupitre de la izquierda. A las cuatro, el sol se tamiza en su pelo antes
de llegarle al rostro, entonces hasta la humedad de sus labios es dorada y debo
dictar sin detenerme, porque si me detengo, ella levanta los ojos y me mira
esperando la próxima palabra. Y es una palabra perdida para siempre, muerta de
inutilidad. Es que no tiene sentido hablar de poesía cuando la poesía me está
mirando.
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