El espanto
ocurre en otro corredor, pero en el mismo laberinto. Oigo la resonancia final
de un alarido, que todavía no empezó, y sé
que es mío. La sangre todavía no fluye a borbotones de una herida cuyos labios
ya se reclaman. El universo dilatando ese instante en que el suicida ya pateó
la silla, y la soga todavía no lo sabe. Como siempre, como cuando jugamos con
tu risa, o el silencio me tiene cercado. Lloro amor, al amanecer. Y todavía no
sé que vi tu cara por última vez.
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