sábado, 24 de mayo de 2014

Exagera

Exagera, no miente pero exagera. Entra al local y ella lo saluda. Él mira a su  alrededor con un desconcierto menor al que aparenta. Va hacia ella, que ya sonríe, y le habla
-¿Qué vengo a buscar?
A ella le encanta. De inmediato, seria, se prodiga en sugerencias. Elabora una lista razonable de comestibles e insumos mientras el asiente mirando hacia abajo como un alumno un poco retardado. A ella le encanta. Seguramente él la distrae de su tedio cotidiano de “encargada”. Compra esa imagen de genio distraído. Seguro lo ha comentado con la muchacha de los lácteos, porque la muchacha, también láctea, lo asesora, como si elegir un yogurt fuese una ciencia oculta. Ella cursa el profesorado de literatura. Eso, claro, colabora con él. Paga en efectivo y la cajera, que también está al tanto, aparta los billetes del montón que él le entrega sin contar. Entonces, separa el importe, sonríe con indulgencia y le tiende el cambio ordenado, como una amonestación afectuosa que él guarda también sin contar. Lo cuidan. Terminan explicándole como debe abrazarlas. Más tarde le explicarán las razones por las que no debe dejarlas. Ignoran que tener que enumerar esas razones es negar que  existan. Cínico, sí. Cuando compra ropa es fatal, ni siquiera sabe prenderse los botones. Les encanta.
Cínico. Una vez le mintieron. A veces hasta se convence de que eso lo justifica.


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