Exagera, no
miente pero exagera. Entra al local y ella lo saluda. Él mira a su alrededor con un desconcierto menor al que
aparenta. Va hacia ella, que ya sonríe, y le habla
-¿Qué vengo
a buscar?
A ella le
encanta. De inmediato, seria, se prodiga en sugerencias. Elabora una lista
razonable de comestibles e insumos mientras el asiente mirando hacia abajo
como un alumno un poco retardado. A ella le encanta. Seguramente él la distrae de su tedio cotidiano de “encargada”. Compra esa imagen de genio distraído. Seguro
lo ha comentado con la muchacha de los lácteos, porque la muchacha, también
láctea, lo asesora, como si elegir un yogurt fuese una ciencia oculta. Ella
cursa el profesorado de literatura. Eso, claro, colabora con él. Paga en
efectivo y la cajera, que también está al tanto, aparta los billetes del montón
que él le entrega sin contar. Entonces, separa el importe, sonríe con
indulgencia y le tiende el cambio ordenado, como una amonestación afectuosa que
él guarda también sin contar. Lo cuidan. Terminan explicándole como debe
abrazarlas. Más tarde le explicarán las razones por las que no debe dejarlas.
Ignoran que tener que enumerar esas razones es negar que existan.
Cínico, sí. Cuando compra ropa es fatal, ni siquiera sabe prenderse los
botones. Les encanta.
Cínico. Una
vez le mintieron. A veces hasta se convence de que eso lo justifica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario