En la tv hay una monja que amasa. Me encanta. Tiene
doscientos catorce años bien llevados. Y amasa. Espolvorea harina y estira el amasijo,
lo dobla sobre sí mismo, lo modela, lo conforma con enérgicos golpes de
ternura. Es un parto, una minuciosa labor de alumbramiento. El bollo de pronto está vivo, respira, se contrae
cuando ella lo deja. La monja se detiene
y habla medio en húngaro, no sé. Hay que cubrirlo con una paño –dice- y dejar
que descansar (es el catolicismo, ella es la que trabaja, pero el que tiene que
descansar es el maldito bollo). Cuando duplique su tamaño -el bollo, claro-
ella volverá a sobar la masa con manos amorosas, que la artritis o la costumbre
mantienen un poco cerradas. Elije los adjetivos húngaramente. Dice: “Parra que
queda muy riquísimo hay que repetirse tres veces, ésta”. “Ésta” viene a ser la
operación descanso del jodido bollo. Lo cubre con “una” paño blanco y siento
que nunca más volveré a tener frío; que respiro; que yo también crezco. Pero en tus manos; y no quiero estar vivo en
otro lado.
Perdona amigo si en estos momentos no soy más asiduo a tu rincón o cualquier otro, algo que siento, pues al hacerlo, me encuentro joyitas como esta y salgo reconfortado ¡Gracias, amigo! Un abrazo.
ResponderEliminar