domingo, 11 de mayo de 2014

Manos

En la tv hay una monja que amasa. Me encanta. Tiene doscientos catorce años bien llevados. Y amasa. Espolvorea harina y estira el amasijo, lo dobla sobre sí mismo, lo modela, lo conforma con enérgicos golpes de ternura. Es un parto, una minuciosa labor de alumbramiento. El bollo  de pronto está vivo, respira, se contrae cuando  ella lo deja. La monja se detiene y habla medio en húngaro, no sé. Hay que cubrirlo con una paño –dice- y dejar que descansar (es el catolicismo, ella es la que trabaja, pero el que tiene que descansar es el maldito bollo). Cuando duplique su tamaño -el bollo, claro- ella volverá a sobar la masa con manos amorosas, que la artritis o la costumbre mantienen un poco cerradas. Elije los adjetivos húngaramente. Dice: “Parra que queda muy riquísimo hay que repetirse tres veces, ésta”. “Ésta” viene a ser la operación descanso del jodido bollo. Lo cubre con “una” paño blanco y siento que nunca más volveré a tener frío; que respiro; que yo también crezco.  Pero en tus manos; y no quiero estar vivo en otro lado.

1 comentario:

  1. Perdona amigo si en estos momentos no soy más asiduo a tu rincón o cualquier otro, algo que siento, pues al hacerlo, me encuentro joyitas como esta y salgo reconfortado ¡Gracias, amigo! Un abrazo.

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