miércoles, 28 de mayo de 2014

Naranjas

   N A R A N J A S



-...tracé un mapa de Alemania y comprobé que no se ajustaba a la realidad. Durante cinco años intenté corregir la geografía del país. El maldito se obstinó en no parecerse a mi mapa. Entonces, claro, el divorcio. Una historia repetida.
-¿Y Alemania?- pregunté. Ana fijó la vista en el cielorraso y sonrió
-Volvió a casarse. Se casó sospechosamente rápido con Alejandra. Son felices y no comen perdices. Ella es vegetariana.
-Se puede ser feliz comiendo zanahorias- razoné, y pregunté -todavía lo...Disculpame -dije enseguida- tengo menos tacto que un ladrillo-. Ella se incorporó en la cama y me dibujó el perfil con un dedo tibio.
-Estaba enamorada de mi propio mapa- dijo.
Nos quedamos callados.
Al rato dije:
-Esto de andar probándole el mapa a los..
-No seas idiota -cortó- esto es diferente.
Si -dije y hundí mi cara entre sus pechos. Recomiendo hundir la cara entre los pechos de alguien cuando no quieran discutir.
 Cuando despierto, Ana no está. Creo que en ese orden. A veces sospecho que, cuando Ana no está, me despierto.
   Tenía hambre. Me levanté, comí una naranja y tomé café. Lo aprendí leyendo a Francoise Sagan. Pruébenlo; conviene que la naranja esté fría y el café muy caliente. Es como tragarse un intercambio de opiniones. Una ducha escocesa en la garganta.
    Tiene ojos verdes, Ana. Uno es convencional. No soportaría que tuviese verde ninguna otra cosa. Estuvo a punto de arrollarme con su auto. Yo cruzaba distraído a mitad de la calle. Me paralizó la frenada. Durante unos instantes ella siguió, el auto detenido, mirando al frente, las manos tensas en el volante. Finalmente abrió la ventanilla y dijo en tono didáctico:
-Es un esfuerzo, pero hay que hacerlo: Hay que intentar ser menos imbécil. Yo asentía en silencio, como un alumno asustado.
-A veces es difícil- insistió.
-Me llamo Carlos- dije. Ella cerró los ojos e inhaló con fuerza.  
-Ahora comprendo- dijo - eso lo explica todo.
 Puso en marcha el auto y se fue.
No se fue. Acepto cualquier explicación. Lacaniana, segismundiana, cualquiera. Estuvo a punto de matarme; me fulminó con los ojos -que ya eran verdes- me insultó y me dejó parado al borde de la calle sintiéndome magníficamente idiota. Más claro imposible. La llevé conmigo.
Pero al principio no me di cuenta.
En los días siguientes me descubrí haciendo todo por ser atropellado, preferiblemente por sus ojos. Nada. La misma hora, el mismo lugar. Nada. Por último me encogí mentalmente de hombros y me olvidé. Esa clase de trampa.
El segundo incidente de tránsito, fue en la escalera del centro comercial. Ella bajaba, yo subía. Me detuve en seco. Alguien que subía detrás de mí, estuvo a punto de derribarme. Ella se tapó la cara con las dos manos y se rio.
-Van a tener que encerrarte- dijo.
-Ya estoy preso- murmuré. Entonces su risa se convirtió en carcajada. Sentí ganas de estrangularla.
¿No es lindo? ¿No es una especie de comedia yanqui? ¿Sí? Mátense. Ana no existe.
Todo lo demás es cierto. Es cierto que anda por ahí fulminando de verde a los idiotas que se cruzan en su camino y hasta es cierto que lleva consigo el mapa de un país imposible. Pero no existe. Listo. Ya está. El simple expediente de aniquilarla me resucita. Otra muchacha que corre detrás de sí misma. Narcisismo. Ese capítulo. No me teme; no le duelo; no logro confundirla. No existe.
Dentro de una hora va a dejar que otra vez respiremos juntos. Va a entrar, me va a besar fugazmente, va a arrojar una carpeta o un rollo de papeles en alguna parte, se va a desmoronar en un sillón, la cabeza hacia atrás, exhalando con fuerza.
-Estoy loca- va decir.
-Por supuesto- voy a responder.
-¿Cómo estás?- y cualquiera podría suponer que espera una respuesta. Pero va a seguir hablando sin darme tiempo.
-La arquitectura es música congelada- va a declamar con ironía. Este proyecto es un ejemplo. Gargiulo metió una tarantela en el freezer y se quedó esperando la ovación.
-¿Gargiulo?
-Una cree que lo que el tipo usa es un par de anteojos. Pero no. Es un maldito sostén. Tenés que ver qué mierda
-Me encantaría- digo, como para recordarle que estoy ahí. Entonces, el milagro: Me mira y sonríe
-Mi amor- dice, y siento ganas de ser un cachorro y mover la cola.
 Mientras se ducha, me dedico a exprimir naranjas con una energía que sorprende. Si quieren que les exprima algo, procuren traérmelo cuando Ana se esté duchando. Un almohadón, un adoquín, un cerebro.
En mi cama, boca abajo, envuelta en una toalla, me va a oír llegar con la bandeja donde los vasos casi no tintinean; va a palmear el cobertor junto a ella; voy a sentir ganas de arrojar la bandeja por la ventana pero, en cambio, la voy a apoyar con cuidado en la alfombra y voy a llenar un gran vaso con jugo de naranjas reventadas y hielo.
-Tendrías que deshacerte de mí- dice seria, cuando le alcanzo el vaso.
-Por supuesto- repito, siempre creativo.
Ahora está recostada contra los almohadones. Lo único que tiene puesto es el vaso empañado y los ojos verdes que también, y me miran.
-Carajo- pienso. Porque, convengamos: Nunca es un empate. Siempre es Juan queriendo a Betina y Betina aceptando ser querida por Juan. O a la inversa. Siempre uno intentando el abordaje o dejándose abordar. Los empates los escribe Shakespeare. Y son una tragedia.
La culpa la tiene mi mamá- digo.
-Muy bien- me aplaude seria -creo que podemos darle el alta. Vení- sigue -quiero que te acuestes. Que nos quedemos quietos y callados
Desnudos en la oscuridad. Primero el pánico de no verte. Sentirme precipitado a reconstruirte, a modelarte en la sombra. A temer que solo sea otra noche en la que me condeno a vaciar anhelo y bronca en un molde de minuciosa memoria, exacto remedo de tu cuerpo y tu cara pero mudo e intangible. Entonces, primero mi mano buscándote, jurándome que, nada más, necesito esa confirmación. Y mintiéndome, claro.


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