N
A R A N J A S
-...tracé un
mapa de Alemania y comprobé que no se ajustaba a la realidad. Durante cinco
años intenté corregir la geografía del país. El maldito se obstinó en no
parecerse a mi mapa. Entonces, claro, el divorcio. Una historia repetida.
-¿Y
Alemania?- pregunté. Ana fijó la vista en el cielorraso y sonrió
-Volvió a
casarse. Se casó sospechosamente rápido con Alejandra. Son felices y no comen
perdices. Ella es vegetariana.
-Se puede
ser feliz comiendo zanahorias- razoné, y pregunté -todavía lo...Disculpame
-dije enseguida- tengo menos tacto que un ladrillo-. Ella se incorporó en la
cama y me dibujó el perfil con un dedo tibio.
-Estaba
enamorada de mi propio mapa- dijo.
Nos quedamos
callados.
Al rato
dije:
-Esto de
andar probándole el mapa a los..
-No seas
idiota -cortó- esto es diferente.
Si -dije y
hundí mi cara entre sus pechos. Recomiendo hundir la cara entre los pechos de
alguien cuando no quieran discutir.
Cuando
despierto, Ana no está. Creo que en ese orden. A veces sospecho que, cuando Ana
no está, me despierto.
Tenía
hambre. Me levanté, comí una naranja y tomé café. Lo aprendí leyendo a
Francoise Sagan. Pruébenlo; conviene que la naranja esté fría y el café muy
caliente. Es como tragarse un intercambio de opiniones. Una ducha escocesa en
la garganta.
Tiene
ojos verdes, Ana. Uno es convencional. No soportaría que tuviese verde ninguna
otra cosa. Estuvo a punto de arrollarme con su auto. Yo cruzaba distraído a
mitad de la calle. Me paralizó la frenada. Durante unos instantes ella siguió,
el auto detenido, mirando al frente, las manos tensas en el volante. Finalmente
abrió la ventanilla y dijo en tono didáctico:
-Es un
esfuerzo, pero hay que hacerlo: Hay que intentar ser menos imbécil. Yo asentía
en silencio, como un alumno asustado.
-A veces es
difícil- insistió.
-Me llamo
Carlos- dije. Ella cerró los ojos e inhaló con fuerza.
-Ahora
comprendo- dijo - eso lo explica todo.
Puso
en marcha el auto y se fue.
No se fue.
Acepto cualquier explicación. Lacaniana, segismundiana, cualquiera. Estuvo a
punto de matarme; me fulminó con los ojos -que ya eran verdes- me insultó y me
dejó parado al borde de la calle sintiéndome magníficamente idiota. Más claro
imposible. La llevé conmigo.
Pero al
principio no me di cuenta.
En los días siguientes
me descubrí haciendo todo por ser atropellado, preferiblemente por sus ojos.
Nada. La misma hora, el mismo lugar. Nada. Por último me encogí mentalmente de
hombros y me olvidé. Esa clase de trampa.
El segundo
incidente de tránsito, fue en la escalera del centro comercial. Ella bajaba, yo
subía. Me detuve en seco. Alguien que subía detrás de mí, estuvo a punto de
derribarme. Ella se tapó la cara con las dos manos y se rio.
-Van a tener
que encerrarte- dijo.
-Ya estoy
preso- murmuré. Entonces su risa se convirtió en carcajada. Sentí ganas de
estrangularla.
¿No es
lindo? ¿No es una especie de comedia yanqui? ¿Sí? Mátense. Ana no existe.
Todo lo
demás es cierto. Es cierto que anda por ahí fulminando de verde a los idiotas
que se cruzan en su camino y hasta es cierto que lleva consigo el mapa de un
país imposible. Pero no existe. Listo. Ya está. El simple expediente de
aniquilarla me resucita. Otra muchacha que corre detrás de sí misma.
Narcisismo. Ese capítulo. No me teme; no le duelo; no logro confundirla. No
existe.
Dentro de
una hora va a dejar que otra vez respiremos juntos. Va a entrar, me va a besar
fugazmente, va a arrojar una carpeta o un rollo de papeles en alguna parte, se
va a desmoronar en un sillón, la cabeza hacia atrás, exhalando con fuerza.
-Estoy loca-
va decir.
-Por
supuesto- voy a responder.
-¿Cómo
estás?- y cualquiera podría suponer que espera una respuesta. Pero va a seguir
hablando sin darme tiempo.
-La
arquitectura es música congelada- va a declamar con ironía. Este proyecto es un
ejemplo. Gargiulo metió una tarantela en el freezer y se quedó esperando la
ovación.
-¿Gargiulo?
-Una cree
que lo que el tipo usa es un par de anteojos. Pero no. Es un maldito sostén.
Tenés que ver qué mierda
-Me
encantaría- digo, como para recordarle que estoy ahí. Entonces, el milagro: Me
mira y sonríe
-Mi amor-
dice, y siento ganas de ser un cachorro y mover la cola.
Mientras
se ducha, me dedico a exprimir naranjas con una energía que sorprende. Si
quieren que les exprima algo, procuren traérmelo cuando Ana se esté duchando.
Un almohadón, un adoquín, un cerebro.
En mi cama,
boca abajo, envuelta en una toalla, me va a oír llegar con la bandeja donde los
vasos casi no tintinean; va a palmear el cobertor junto a ella; voy a sentir
ganas de arrojar la bandeja por la ventana pero, en cambio, la voy a apoyar con
cuidado en la alfombra y voy a llenar un gran vaso con jugo de naranjas
reventadas y hielo.
-Tendrías
que deshacerte de mí- dice seria, cuando le alcanzo el vaso.
-Por
supuesto- repito, siempre creativo.
Ahora está
recostada contra los almohadones. Lo único que tiene puesto es el vaso empañado
y los ojos verdes que también, y me miran.
-Carajo-
pienso. Porque, convengamos: Nunca es un empate. Siempre es Juan queriendo a
Betina y Betina aceptando ser querida por Juan. O a la inversa. Siempre uno
intentando el abordaje o dejándose abordar. Los empates los escribe
Shakespeare. Y son una tragedia.
La culpa la
tiene mi mamá- digo.
-Muy bien-
me aplaude seria -creo que podemos darle el alta. Vení- sigue -quiero que te
acuestes. Que nos quedemos quietos y callados
Desnudos en
la oscuridad. Primero el pánico de no verte. Sentirme precipitado a
reconstruirte, a modelarte en la sombra. A temer que solo sea otra noche en la
que me condeno a vaciar anhelo y bronca en un molde de minuciosa memoria,
exacto remedo de tu cuerpo y tu cara pero mudo e intangible. Entonces, primero
mi mano buscándote, jurándome que, nada más, necesito esa confirmación. Y
mintiéndome, claro.
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