No sé… Esa mañana escribiste:
“Un día, con el filo de un pedernal rompí mis ligaduras. Otro, me
levanté y pude mendigar o robar (¡escuha esto!) - yo, Marco Flaminio Rufo,
tribuno militar de una de las legiones de Roma - mi primera detestada ración de
carne de serpiente.”
Eso hiciste. En esa frase subordinada metiste todo el
esplendor y la grandeza de Roma, su vanidad; el orgullo y la dignidad de un
hombre; su asombrado ultraje…
Ahora nosotros hablamos -¡qué manera de hablar!- pero vos
hiciste eso. Así que… nada. No te preocupes por nada, Borges querido.
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