martes, 6 de mayo de 2014

Hadas



Una prueba de que las cosas no son  como debieran, es que junto a mi casa se obstinan en vivir dos tías viejas y encantadoras que riegan el jardín y se dejan estafar por el fontanero. Me quieren y se  muestran preocupadas por mí, que vivo solo. Siempre están juntas y,  una vez por mes, llaman a mi puerta y me obsequian una bandeja de escones primorosamente envueltos en un paño blanco “Para el té” dicen y siento ganas de llorar, abrazarlas  y pegarme un tiro. La segunda vez, hace ya más un año, decidí que debía tomar té. Al mes siguiente, cuando se presentaron a mi puerta, les pedí que por favor esa tarde me acompañaran. Desde entonces, puntualmente, el primer viernes de cada mes pongo flores frescas en el jarrón y me esmero en un  servicio  que seguramente copié de alguna novela de Jane Austen. Nos sentamos en torno a la mesa de la sala y departimos amablemente sobre las alternativas del clima, sobre las azaleas, que este año prosperan tardías, sobre los beneficios del zumo de naranjas en el desayuno “en particular ahora que el frío”. Ellas deslizan sus recomendaciones así, de uno modo tangencial, indirecto, como si prodigarme algún cuidado fuese un abuso de confianza. Me debilitan, las amo, Soy bueno los primeros viernes de cada mes.
Hoy es sábado, el primero de un mes de mayo gris y temperamental. Las flores en el jarrón comienzan a resignarse. Yo no. Sigo esperando y no me animo a salir de casa.



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