lunes, 9 de junio de 2014

Mate

 Antes de irse a Córdoba con sus viejos, Oscar me dio la llave, Un duplicado para que yo pudiera usar la casa “con discreción” dijo.
Como Marcela estudia en el Sagrado Corazón, inventó un retiro espiritual y nos instalamos. Mejor dicho, ella se instaló. Yo vivo con mis tíos medio de prestado así que no pude zafar. Pero arreglé con el preceptor y no me pasó las faltas. Un par de noches me salvó Gustavo: Llamó por teléfono y avisó a mi tía que estábamos preparando un trabajo en equipo, que me quedaba en su casa. Otras dos noches me escapé por la ventana. La dejé abierta para poder volver antes de la seis.  Así que estuve todo el tiempo con ella. Sólo anoche no pude.
Di vueltas sin poder dormir. Me sentí muy imbécil. El caso es que cuando sonó el despertador yo ya estaba vestido; dije que tenía pre-hora y salí casi corriendo. No estoy enamorado; pero ella tiene un olor como a bebé recién bañado. Cuando estamos agotados nos abrazamos muy fuerte y nos dormimos enseguida. El caso es que corrí. No sé si por suerte o por desgracia.
  Me llamó la atención, que la puerta estuviera con llave. Entrar y salir es un riesgo, así que el convenio era dejarla abierta. El caso es que voy a tocar el timbre cuando oigo ruido en la cerradura. La puerta se abre. Ni bien doy un paso me empujan contra la pared, la puerta se cierra de golpe. El tipo tiene un revolver. -Tranquilo- dice, pero como no veo a Marcela me le voy encima, ciego. Es gordo pero se mueve rápido; Me pega con el fierro en la cara, empiezo a sangrar. Entonces oigo golpes y la voz de ella. La tiene encerrada en el baño. El tipo me lleva a empujones a la cocina. Yo estoy un poco aturdido, medio me desmorono en una silla. El tipo va hasta el baño y abre. Marcela corre hasta mí y me sostiene la cabeza contra su pecho. La remera se le mancha con sangre. Le digo que no es nada; no me hace caso. Va hasta la canilla, moja el borde de la remera y me limpia la cara. El tipo está parado contra la mesada, divertido. No habla.
. Durante un rato Marcela me acaricia el pelo, ella tiembla. Cuando deja de temblar, se arrodilla a mi lado. Está descalza. Lo único que tiene puesto es la remera y la braga.  El pómulo me duele, pero ya no sangra.
El tipo dice que nos portemos bien, que no va a pasar nada. Lo miro. Viste un traje azul, es realmente gordo; el pelo rojizo y aplastado. Corre una silla con el pie, se sienta y deja el revolver en la mesada cerca de su mano.
-Son novios. ¡Así que son novios!- Lo dice sonriendo. Tiene una boca blanda usa anteojos oscuros
-A ver vos, novio. ¿No me vas a contestar?
-Somos novios- Lo dice ella. Siento que no miente.
-¡Bueno, bueno¡ Hay que festejarlo- El tipo mira en torno -mate- dice -vamos a tomar unos mates mientras pensamos en algo- Saca un encendedor y se lo tiende a Marcela que no se mueve -Vamos- dice -Una buena esposa tiene que cebar mate.
Marcela rodea la silla del tipo y enciende la cocina con el magiclick. Pone la pava, prepara el mate.
  Al gordo no se le ven los ojos pero yo sé que la mira. Tiene los labios húmedos, traga saliva
-¡Muy bien!- dice -hay que ser sociables. No hay nada más lindo que compartir las cosas- suelta una risita y enfrenta a Marcela que tiembla de nuevo- Fijate  que no hierva.
  Cuando Marcela le alcanza el primer mate el tipo lo toma con la mano izquierda. Con la otra pone el revolver sobre sus muslos
-Perfecto- dice -¡Muy bien! Toda una mujercita.
Marcela vuelve a cebar; cuando se lo alcanza el tipo dice
-No, no. Este es para el novio. Tomo el mate, el pómulo me vuelve a sangrar
-Es una casa grande ésta- El tono del gordo es sociable- Después me  van a invitar a conocerla. Más tarde, total tenemos tiempo- Se inclina como si fuera a pararse, no lo hace. Queda acodado sobre sus piernas mirándonos por encima de los anteojos
Seguimos con el mate.
En la tercera vuelta, cuando el tipo se lleva la bombilla a la boca, Marcela descarga un tremendo rodillazo a la base del jarrito. El gordo se para, deja caer el revolver. Quiere gritar. De la boca, muy abierta, le sale un borbollón de sangre y yerba. Intenta arrancarse la bombilla, cae hacia adelante. Yo ya tengo el revolver. Marcela grita. Aprieto el gatillo, no pasa nada. Marcela me empuja, caemos sobre el gordo que se retuerce
-¡Vamos vamos!- Corremos hasta la escalera. Marcela sube. Yo vuelvo a la cocina, le apunto a la rodilla, aprieto el gatillo, está como trabado; el tipo me mira, asintiendo, la cara azul. Se  arranca la bombilla, sangra a chorros y tose en el piso. Se quiere incorporar pero  patina en el charco. De nuevo aprieto y no pasa nada. Dejo el revolver de mierda en la mesada. Vuelvo   a buscar a Marcela que baja abrochándose los vaqueros, las zapatillas en la mano. Le doy mi pullover. Cuando salíamos, oímos que una silla se desplazaba y caía.

  Hace frío. En la playa no hay nadie salvo un par de viejos, uno parece que está llorando, el otro ni lo mira. Cerca de los médanos encontramos restos de una fogata, trapos manchados, una jeringa descartable.
-Se dieron - digo por decir algo. Tengo la cara hinchada, a Marcela le duele la rodilla, putea mirando el mar que parece de plomo
-Tengo hambre- dice. Hurga en el bolsillo, saca un billete de cinco y algunas monedas
-Vamos - le digo - tengo veinte pesos.

    Al final de la rambla hay un barcito. Una mierda con marquesina de aluminio y paños de nylon que ondulan. El tipo nos mira con cara de prócer. No hay nadie; igual tarda en atendernos. Sale despacio de atrás de la barra. Antes de llegar acomoda unas sillas. Por fin se para alto al lado de nuestra mesa
-Buenos días. ¿Señores?
Marcela tiene los ojos amarillos fijos en los míos. Ordena sin dejar de mirarme
-Un café, grande, en vaso; Una hamburguesa, papas fritas, una tónica.
-¿Fría?
-La tónica sí
-Sí...La tónica- dice el tipo y se va rápido.
Yo sigo mirando los ojos de Marcela
-Me gusta tu boca- digo
-Claro- susurra
El café está bien. Ella apenas come.
  Nos quedamos una hora. Al otro lado del nylon las gaviotas aparecen negras contra el cielo gris.


  El auto azul no está. Hay manchas oscuras en las lajas del parque. Entramos. Más manchas en el recibidor. En el empapelado del pasillo la huella de una mano se prolonga en un trazo que termina en el marco manchado de un cuadro. Marcela lo endereza. En la cocina, además de sangrar, el gordo había orinado. En medio del charco viscoso, los anteojos se ven intactos. Hay sangre en la mesada, la canilla está abierta; junto a la silla volcada los restos de yerba y la bombilla se tiñeron de rojo
-¡Mierda!- Marcela mira el desastre desde el vano. Apoya la espalda contra el marco y alza la vista hacia el techo -Mierda
-Un balde- digo- y trapos- Levanto los anteojos, los enjuago. El revolver está en la pileta bajo el chorro de la canilla. Seco los anteojos, me los pongo. Marcela vuelve del lavadero con cosas de limpieza y un balde amarillo
-Lindos- dice cuando me ve - Sos un hijo de puta
  Desplegamos una toalla grande sobre el charco y nos quedamos mirando. Siento su mano en mi bragueta, me quedo quieto, los dos mirando como la toalla se tiñe despacio. Descorre el cierre y busca mi sexo. Me excito  mucho. La quiero abrazar pero me quedo quieto, uno tiene que estar más loco que ellas. Empieza a acariciarme sin dejar de mirar la toalla. Se desprende el vaquero, mete su mano derecha por la cintura abierta, comienza a acariciarse y a gemir. La agarro con fuerza del pelo, la empujo contra la mesada obligándola a inclinarse sobre la pileta, sobre el puto revolver; sin soltarle el pelo le bajo el vaquero. Trato de penetrarla, no puedo; vuelve a buscar mi sexo, flexiona las piernas. Entro a ella con furia. Terminamos en el piso. Me sangra la cara. Los anteojos se rompieron. El teléfono está sonando.
Voy  hasta la sala, levanto el tubo y escucho
-¿Daniel? Soy yo- Es Gustavo - Llamó tu tía. Le dije que habías salido a comprar hojas
-Gracias- digo - la llamo- Corto.
Algo se cae en la cocina. Sé que el tipo volvió, siento furia y miedo. Disco sin descolgar 
“Hola ¿tía...? Daniel” Mientras hablo me acerco al hogar “vuelvo a eso de las siete” Camino sin ruido hasta la puerta de la cocina “creí que te había avisado” el atizador de bronce es una boludez con forma de arpón. Entro.  El tipo la sostiene en vilo por la espalda rodeándole la cintura. Le aprieta la boca  Marcela trata de patear con los pantalones enrollados en los tobillos. Me quedo mirando. Cuando me ve, el tipo le suelta la boca  y le planta la mano en el sexo. Hace una mueca furiosa, los dientes rojos. Marcela se revuelve en silencio. Desplazo una silla, me siento
-Voy a matarte- digo. El gordo grazna algo y la suelta. Marcela cae sobre la toalla manchada. Se arrastra hasta mi silla, se quita el nudo de las piernas, también la remera ensangrentada. Hace un bollo con la ropa y lo tira a los pies del gordo. El tipo se queda mirándonos. Se lleva la mano a la garganta, mira la puerta. Vuelve a mirarnos, quiere hablar y tose. De la boca abierta le sale una espuma roja. Se apoya contra la mesada y se desliza hasta quedar sentado en el piso. Marcela se pone de pie, se estira
-Me voy a bañar- dice y sale desnuda, hermosísima  
Nos quedamos enfrentados. Empezamos a oír el ruido de la ducha. Me siento muy cansado. Pienso en mi tía, en los viejos de la playa, en Oscar, en Gustavo, en la puta que los parió
-Andate- digo. El gordo alza las manos y asiente. Voy hasta el teléfono, disco el número de mi casa. Todo bien. Cuando vuelvo a la cocina, el tipo está saliendo por la puerta del lavadero. Supe que había dejado el auto en la calle de atrás. Acelera y se pierde. Son las cinco. Llueve. Pienso en la ducha, en la boca de Marcela. Podemos limpiar después.







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