viernes, 6 de junio de 2014

Obstinación

Como todo el mundo, elijo qué verdad prefiero. Hoy el cielo no es de nubes amenazantes, preñadas de tormenta. Hoy está hecho de los retazos de sol, que se estrechan entre los oscuros vientres henchidos. Claro que siempre viene el alcahuete de la razón a decirme que, en realidad, se trata de un día nublado. Que el sol sobrevive, sí. Pero que las nubes etc. Habla, dioss ¡cómo habla! Es el luminoso heraldo del lado izquierdo del cerebro (o del derecho… no me acuerdo). Me tapo los oídos, me hago el muerto, le hablo a la par. Y luego busco el sendero de sol, reúno los retazos. Construyo un cielo. Al anochecer, no comprendo por qué estoy calado hasta los huesos. Entonces, el canalla vuelve: "Te lo dije".
De las diversas formas de mandarlo al carajo, elijo algún pasado más o menos inmediato. Descontamino la memoria de algún segmento, la purifico. Me seco el cuerpo helado, al calor de algún miércoles intenso, o al tórrido volcán del lunes. A veces elijo la serena playa de un jueves. El maldito heraldo me mira meneando la cabeza. No acepto que esté en lo cierto. Le digo que sólo debe esperar. Que pronto llegarán los días luminosos. Sin nubes en el horizonte. Se ríe, no sólo de mi metáfora. Se ríe de mi obstinación, de mi reiterada fe de monje arrodillado. Entonces me susurra burlón: Y que el hambre no termine jamás. No quiero escucharlo pero insiste, Con esos versos sería imposible ¿Dónde estabas ese martes? ¿O era viernes? Ya que te gusta hablar del clima ¿qué parte meteorológico consultabas ese día?
Lo insulto, le ofrezco café. Lo obligo a caminar por la penumbra del templo. Hasta que el sueño lo vence.



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