Una docente
creativa que nunca necesitó siliconas, arma un discurso pletórico de
contención, problemática, articulación y metodología, y se sienta a una
mesa-escritorio patinada en verde country en la que recibe a tipos como yo. Los
tipos como yo traen una carpeta, traen un aire general de decadencia, un touch
de hastío acumulado, suma de signos que ella interpreta
inmediatamente como la necesidad que los tipos como yo tienen de confrontar con
el discurso de una mina como ella, en el que contención y metodología,
articulación y apertura nos llenen de esa alegría esperanzada del beduino que
divisa sediento un oasis en el horizonte. El tipo como yo, que en
efecto divisó un posible oasis, más bien por el lado de las dunas, asiente
repetidamente, al tiempo que nota que las mencionadas dunas se agitan a
impulsos de la pasión discursiva de la susodicha que confunde la renovada
atención del energúmeno con un acumulativo interés por la apertura y la
contención. Interés que quizás pueda expresarse con las mismas palabras, pero
sólo por aquello del imperfecto matrimonio entre significantes y significados.
De manera que allí están la muchacha de la contención y las dunas, y el tipo
como yo que piensa en operar la apertura allí mismo, sobre el verde country de
la mesa, con el solo propósito de desarrollar el recurso metodológico que le
permita plantar la palmera en una indudable articulación con el oasis que, para
entonces, empieza a redondear su ponencia -justamente- y hace una
pausa para en seguida adoptar un tono casual y anunciar en un plural
que le aligera la culpa “nosotras cobramos cincuenta pesos de arancel de los
cuales retenemos veinte para mantenimiento de...” “Me parece bien” asiente el
tipo mientras piensa que las mujeres son todas degeneradas
Empecé hace
dos sábados, con una clase abierta. Una clase abierta es una donde los tipos
como yo, no cobran.
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