Llegué unos minutos tarde. ¿Viste
esas personas que no son nada pero… como que se adueñan de lo que les parece
interesante? Tipos que se invisten con los méritos de las circunstancias, con
la estética del escenario. Están en el centro de la foto, sobrepuestos a la
magnificencia de la montaña. Posan con cara de dueños frente a la belleza de la
catarata o el rojo del atardecer en la costa. Salen a la derecha de la
celebridad con gesto posesivo. Son como una mala lectura de Ortega y Gasset. Te
citan en el café más careta de la ciudad y te reciben con cara de propietario y
falsa modestia. Bueno, así. El tipo era director de Cultura de la
municipalidad.
Así, pero rodeado de público.
Diez o doce personas convocadas para un primer encuentro –y posiblemente el
último- con quien habría de convertirnos en geniales escritores. Ese día estaba
Dios y él era el Sumo Pontífice. De corbata, floja. Un módico discurso sobre
“¿Ven? Yo, aún ataviado con las prendas de mi investidura, también puedo ser
informal”. Me senté al tiempo que recibía alguna palmada como una declaración
de familiaridad del Papa con quién no nos conocíamos. Lo miré. No sé qué habrá
visto en mi cara pero se recompuso. Carraspeó y dijo
-Como les decía, el escritor
Carlos Mayorga ha recibido un premio nacional de literatura y su obra figura en
varias antologías y revistas especializadas. Seguramente –agregó mirando al
multipremiado Mayorga- él les explicará cuál es el método que empleará en las
clases…
Todos lo miramos. Mayorga era
un tipo de sesenta años, gris. Parecía contento y un poco aburrido. A mi
izquierda, casi en el otro extremo de la mesa, una futura escritora permaneció
con la vista baja. Revolvía un pocillo aparentemente vacío, el cabello rubio le
ocultaba las facciones. Mayorga carraspeo
-Quiero café- dijo
Ella dejó de revolver pero no
lo miró. De inmediato el Papa buscó a la camarera, le hizo un gesto y volvió a
palmearme
-¿Querés tomar algo?
-Café- dije.
Mayorga se retrepó en su
silla y dijo
-No doy clases… y no tengo
método. Ustedes escriben. Lo hacen desde
una perspectiva y una subjetividad necesariamente individual. Yo coordino el
accionar del grupo para que la anarquía propia de esta actividad tenga, durante
las reuniones, alguna clase de orden. Ustedes escriben. Y leen. Y miran. Y ven
que alguien bosteza. Ustedes corrigen. Reescriben. O abandonan la literatura y
se dedican a la mecánica dental. Yo cobro y les hago preguntas. ¿Cuánto hace
que están acá? –dijo mirando al Sumo Pontífice que sonreía comprensivo.
- ¿Nosostros..? –Se
sobresaltó -y… una media hora, o más.
Bien –dijo Mayorga y se
dirigió a un tipo sentado a su derecha. Barba, pelo largo, treinta años –decime
tu nombre, por favor
-Gerardo Santini
-Mucho gusto, Gerardo
¿Podrías describir a alguna persona de esta mesa?
-¿Ahora?
-Ahora
-Sí, creo que sí
-Adelante, “escribí”
-Bueno… Es una mujer morena…
-Gracias, es suficiente
¿Alguien se anima a hacer una crítica al “texto” de Gerardo? – Nos miró. El Papa
asentía comprensivo. Él podía pero se abstenía para darnos una oportunidad a
nosotros. Hubo un silencio, dos, tres segundos. Entonces ella por fin levantó
la vista, pero no hacia Mayorga, hacia el techo
-Sobra “una mujer”- dijo
Me inscribí.
así es....
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