lunes, 21 de abril de 2014

Kaos


Soy un tipo que toma café en una cafetería, sentado a la barra, codo a codo con otros tipos que no apartan la vista del diario. No hay ni un súcubo a la vista. Nada que amenace con vulnerar mi castidad. Tengo plata en el banco. Puedo comprar un atardecer. Un pasaje aéreo. Una Honda 750 y dos cascos, uno para la pelirroja que da grititos cuando acelero, grititos pelirrojos, no porque le tema a la velocidad, sino por los 750 cm de cilindrada que aceleran entre sus piernas y que ella compra como una promesa (Las pelirrojas son de comprar). Buen café. Se me llenan los ojos de lágrimas cuando miro al gallego. Es viejo, pulcro, serio. Hace café, lo hace bien. ¿Qué hace el maldito gallego? hace café bien. Apuesto una docena de pelirrojas a que nunca en su puta vida dijo una metáfora. Me emociona. Una vez le pregunté por su terruño. No dejó de frotar la taza con el paño de hilo blanco. Miró al pasado y con lentitud dijo “Coño”. No ganó el Nobel de literatura. Es un mundo injusto. Llevo años tratando de escribir coño. Vivo de no lograrlo, deposito cada fracaso en el banco, podría comprar un granero, color óxido al atardecer sobre una loma verde. El tipo de la izquierda levanta la vista del diario y mira sorprendido el mundo, se mira. Seguro acaba de divorciarse. Su ex esposa, preocupada porque él no se llevó el abrigo, todavía sigue descartando las razones, tratando de entender. Ella cocinaba con esmero y poca sal, lo despedía por la mañana, le sacudía una pelusa imaginaria en la chaqueta, la casa impecable. A las seis de la tarde, se quitaba los bigudíes, se peinaba, filtraba el café, le tenía el baño preparado, la ropa cómoda en una silla. “Nunca fallé”, sigue descartando. Y ni se entera que el espejo ya no la abarca por completo. Nada es más invisible que un espejo. Nada más canalla que un tipo que no tuvo la entereza de engordar a dúo. Te juro, amor, engordaré con vos, juntos amor, juntos. Juntos mi nena, siempre.

En el diario de al lado veo que en el Gran Mar reponen “Kaos” de los hermanos Taviani. Buscaré una mujer un poco narcisista que se maquille con fragmentos de su propia tragedia existencial. Le gustarán los Taviani. No, no le gustarán. Le gustará que yo dé por sentado que le gustan. Mejor me quedo en casa. Sopa. Seré valiente, soportaré llenar un solo tazón, llevarlo al sofá, beberte despacio, bajo la manta. Me prometiste. Y tengo todo, la luz que se tamiza en la cocina y el hambre, las risas esperando y las manos tendidas con una obstinación que andá a entender.

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