Soy un tipo que toma café en una cafetería, sentado a la
barra, codo a codo con otros tipos que no apartan la vista del diario. No hay ni
un súcubo a la vista. Nada que amenace con vulnerar mi castidad. Tengo plata en
el banco. Puedo comprar un atardecer. Un pasaje aéreo. Una Honda 750 y dos
cascos, uno para la pelirroja que da grititos cuando acelero, grititos
pelirrojos, no porque le tema a la velocidad, sino por los 750 cm de cilindrada
que aceleran entre sus piernas y que ella compra como una promesa (Las
pelirrojas son de comprar). Buen café. Se me llenan los ojos de lágrimas cuando
miro al gallego. Es viejo, pulcro, serio. Hace café, lo hace bien. ¿Qué hace el
maldito gallego? hace café bien. Apuesto una docena de pelirrojas a que nunca
en su puta vida dijo una metáfora. Me emociona. Una vez le pregunté por su
terruño. No dejó de frotar la taza con el paño de hilo blanco. Miró al pasado y
con lentitud dijo “Coño”. No ganó el Nobel de literatura. Es un mundo injusto.
Llevo años tratando de escribir coño. Vivo de no lograrlo, deposito cada
fracaso en el banco, podría comprar un granero, color óxido al atardecer
sobre una loma verde. El tipo de la izquierda levanta la vista del diario y
mira sorprendido el mundo, se mira. Seguro acaba de divorciarse. Su ex esposa,
preocupada porque él no se llevó el abrigo, todavía sigue descartando las
razones, tratando de entender. Ella cocinaba con esmero y poca sal, lo despedía
por la mañana, le sacudía una pelusa imaginaria en la chaqueta, la casa
impecable. A las seis de la tarde, se quitaba los bigudíes, se peinaba,
filtraba el café, le tenía el baño preparado, la ropa cómoda en una silla. “Nunca
fallé”, sigue descartando. Y ni se entera que el espejo ya no la abarca por
completo. Nada es más invisible que un espejo. Nada más canalla que un tipo que
no tuvo la entereza de engordar a dúo. Te juro, amor, engordaré con vos, juntos
amor, juntos. Juntos mi nena, siempre.
En el diario de al lado veo que en el Gran Mar reponen “Kaos”
de los hermanos Taviani. Buscaré una mujer un poco narcisista que se maquille
con fragmentos de su propia tragedia existencial. Le gustarán los Taviani. No,
no le gustarán. Le gustará que yo dé por sentado que le gustan. Mejor me quedo
en casa. Sopa. Seré valiente, soportaré llenar un solo tazón, llevarlo al sofá,
beberte despacio, bajo la manta. Me prometiste. Y tengo todo, la luz que se
tamiza en la cocina y el hambre, las risas esperando y las manos tendidas con
una obstinación que andá a entender.
"Siempre lo mismo" debe haberte aburrido
ResponderEliminarEntonces es natural que consultes otros autores
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