jueves, 24 de abril de 2014

Granero


Un granero en la falda verde de la loma; color óxido, capturando el último sol del atardecer. Un granero que mienta la fragilidad de la endeble obra humana, porque en realidad es una fortaleza inexpugnable. No es un lugar al que entrar. Se sale a él. Se sale a la fragante aspereza de los frutos de la tierra, a los pozos de fuego de Carlota, a la biblioteca secreta del abuelo, a la barra del más diabólico de los bares. Está todo allí. Hasta las obras completas de Alejandra, programadas por mi maldad que inventa razones para consolarte. Hay instrumentos musicales y superhéroes en la sala de juegos y, en lo alto, un telescopio con el que un niño puede aprender los nombres y navegar las órbitas de Canopus, Aldebarán, Sirio y Casiopea, mientras se calienta la sopa, o te miro mirar Amélie (¡otra vez, bebé) para después explicarte que la inventaste vos, que nunca fue tan buena hasta que tus ojos. Y la pila de heno ¡pobre! De nuevo desbaratándose porque la lluvia o el frío o los malditos hectopascales que andá a entender tan inocente maldad, tanta  malvada inocencia.

Comprenderás que no lo pueda envolver para regalo. Además, sé que es una vanidosa pretensión regalarte algo que es tuyo desde siempre. 

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