Uno de esos días prolijos, en que amanece por la mañana leve
brisa y algún exceso de trinos, celebratorios creo. Porque también creo que la
naturaleza ama la rutina y festeja cuando logra concatenar una serie de
reiteradas causas con una serie de consecuencias previsibles: amanece (por la
mañana), leve brisa, trinos. Lástima uno.
Uno es capaz de ver en ese celebrado recomenzar, una
repetida muerte. No comienza el día,
termina la noche, lamenta uno, tan ávido de concatenar una serie de
consecuencias con una serie de causas: amanece, preparo café, divago sobre
trinos, la brisa agita la cortina como resultado de que la noche llegó a su
fin. Así que no hay otra solución que hacer trampa.
En silencio, con los postigos cerrados, sigilosamente,
vuelvo a deslizarme en la cama, no voy a poder evitar que gruñas una puteada
onírica de gata entre las sábanas y no
voy a demorarme en enumerar todo lo que no voy a poder evitar mientras mando al
carajo al amanecer con su brisa leve, sus pájaros, sus malditos trinos y el
café, que en todo caso después, juntos.
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