martes, 29 de abril de 2014

El quinto elemento



Ahora… imagínate que estás sentado en tu umbral. Es una noche cálida, sin estrellas. Hay un cielo bajo, quieto. Las acacias de tu calle acentúan la oscuridad que se fragmenta en círculos dorados bajo las farolas. Más que fuera de tu casa, estás dentro de la noche. Como detenido en un segmento de tiempo en que el orbe te liberó, o por lo menos retrajo sus zarpas, “te soltaste” digamos ¿Nunca te pasó? ¿Nunca te sentiste así? Es como si dijeras… “bueno, después sigo”, como si te bajaras un rato de esto de estar vivo; de esto de “ser”.
Bien, así ¿estás? Ojo, no te pones filosófico ni nada. Sólo permaneces como un animal frágil, entregado. Ningún discurso que oponer al universo ¿En realidad, qué se puede  hacer? ¿Organizar una marcha?  ¿Elevar una enérgica protesta? Nada. Estás ahí, tranquilo, el trasero sobre el gastado escalón de mármol, blanco, el escalón… y el trasero. Ningún pensamiento voluntario. Te asalta alguna imagen, alguna palabra que quedó como atrapada. Pero nada, dejas que se disipe como una bruma. El cero psíquico. No ser, sólo estar. Ni siquiera quisiste ser astronauta o pirata, el corazón  no se te detuvo aquel día. Olvidaste a tus amigos, Bonifatti -el muy bestia- no te envió un cuento con desierto, camellos y dátiles firmado Abdul el Bolud -Arabia Sodomita-.
Entonces, bajo el cono de luz de la farola, la diva “Plava Laguna” comienza a cantar. Te envuelve, te arrebata, te acuna en un sueño al que siempre estuviste aferrado.  Al que estás aferrado desde antes de nacer, mientras casi sin saberlo alguien sigue quieto en el umbral.


1 comentario:

  1. ¡Qué gusto! Este texto es una formidable meditación, un acto de limpieza estéticamente inmejorable. Un acto liberador desde la inacción con un hermoso y sugerente final. Es mi impresión como lector. Te admiro amigo. Un gran abrazo.

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