Ahora… imagínate que estás sentado en tu umbral. Es una
noche cálida, sin estrellas. Hay un cielo bajo, quieto. Las acacias de tu calle
acentúan la oscuridad que se fragmenta en círculos dorados bajo las farolas.
Más que fuera de tu casa, estás dentro de la noche. Como detenido en un
segmento de tiempo en que el orbe te liberó, o por lo menos retrajo sus zarpas,
“te soltaste” digamos ¿Nunca te pasó? ¿Nunca te sentiste así? Es como si
dijeras… “bueno, después sigo”, como si te bajaras un rato de esto de estar
vivo; de esto de “ser”.
Bien, así ¿estás? Ojo, no te pones filosófico ni nada. Sólo
permaneces como un animal frágil, entregado. Ningún discurso que oponer al
universo ¿En realidad, qué se puede hacer? ¿Organizar una marcha? ¿Elevar una enérgica protesta? Nada. Estás
ahí, tranquilo, el trasero sobre el gastado escalón de mármol, blanco, el
escalón… y el trasero. Ningún pensamiento voluntario. Te asalta alguna imagen,
alguna palabra que quedó como atrapada. Pero nada, dejas que se disipe como una
bruma. El cero psíquico. No ser, sólo estar. Ni siquiera quisiste ser
astronauta o pirata, el corazón no se te
detuvo aquel día. Olvidaste a tus amigos, Bonifatti -el muy bestia- no te envió
un cuento con desierto, camellos y dátiles firmado Abdul el Bolud -Arabia
Sodomita-.
Entonces, bajo el cono de luz de la farola, la diva “Plava
Laguna” comienza a cantar. Te envuelve, te arrebata, te acuna en un sueño al
que siempre estuviste aferrado. Al que estás
aferrado desde antes de nacer, mientras casi sin saberlo alguien sigue quieto
en el umbral.
¡Qué gusto! Este texto es una formidable meditación, un acto de limpieza estéticamente inmejorable. Un acto liberador desde la inacción con un hermoso y sugerente final. Es mi impresión como lector. Te admiro amigo. Un gran abrazo.
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