viernes, 24 de octubre de 2014

La cita



Abuela Ñeca se interna en el pequeño jardín del fondo. Detrás de la glorieta, el reino orlado de azaleas, parece celebrar su llegada con una profusión multicolor de luces y de sombras. Ñeca es lavanda, ya casi oculta detrás del  aromático arbusto. A punto de desaparecer estalla en escorzos amarillos; es la retama que exalta de oro efímero el delgado cuerpo que avanza. Algún retoño la demora. Ñeca, entonces, prodiga con su regadera una acotada lluvia de verano, génesis de un arroyo mínimo que encharcará las raíces del laurel y discurrirá rumoroso (como es debido) entre los canteros que empiezan a renegar de cualquier pretensión geométrica. El solitario abedul se multiplica en el cristal líquido que busca su cauce. Ñeca se interna en ese bosque umbrío. Deja que la brisa del estío le arrebate los años, los desprenda de su cuerpo ajado, como hojas marchitas. A la orilla del arroyo, vuelve a sentir la lozanía tensa de su piel adolescente, la urgencia de su sangre, el pánico ansioso de la espera. Hunde las manos como jazmines en la frescura del agua. Ve su rostro de Muñeca en el espejo líquido. La seda de sus mejillas se arrebata cuando la fronda murmura a su espalda y oye los sigilosos pasos, como la primera vez.

     Al anochecer, no faltará quien crea que abuela Ñeca yace muerta en el jardín.                     

4 comentarios:

  1. Un texto con una carga poética impresionante, es un verdadero placer leerlo. Me alegra enormemente se haya abierto esta puerta. Un abrazo, amigo.

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  2. Placer, placer y más placer.

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